viernes, 10 de julio de 2020

EP | KAKAHINA 11

Disclaimer: Los personajes del siguiente texto son propiedad de Masashi Kishimoto. Este es un fanfiction sin motivo de lucro ni adjudicación de personajes.

 Este es un fanfiction sin motivo de lucro ni adjudicación de personajes        

───── {.⋅ ᴇʟ ᴘʀᴏᴛᴇᴄᴛᴏʀ ⋅.} ────

Calculó que habría pasado hora y media más o menos cuando, de nuevo, oyó girar la llave en la cerradura. Uno de sus captores le hizo una seña para que saliera, y ella obedeció sin oponer resistencia. Examinó lo que la rodeaba con detenimiento; necesitaba tener una imagen clara del lugar donde la retenían para tratar de encontrar una brecha por la cual huir. Por lo que podía ver, la nave había sido acondicionada para un largo secuestro. Un pequeño camping gas, rodeado de cajas llenas de provisiones y bebidas, ocupaba uno de los extremos. Al otro lado, dos literas bastante nuevas y un par de cómodas baratas servían de dormitorio para los cuatro componentes del equipo. No vio ningún cuarto de baño por ahí, quizá estuviera en el exterior.

—Adelante, acérquese —invitó uno de los hombres con amabilidad, al tiempo que señalaba una silla—. Coma algo.

Un plato con un misterioso guiso humeaba sobre la mesa. Hinata no se hizo de rogar; estaba hambrienta y era consciente de que necesitaba conservar las fuerzas si deseaba salir de allí.

Empezó a comer sin dejar de observarlo todo. La nave carecía de ventanas; la luz entraba por una serie de claraboyas, como la de su dormitorio, repartidas por el techo. La única salida era la puerta por donde habían entrado.

—¿A la señorita no le gusta su nuevo hogar? —preguntó Toneri sarcástico.

Pero ella no le hizo caso y siguió comiendo sin mirarlo.

—¡Contesta cuando te hablo, zorra! —Iracundo, derribó el plato de Hinata de un manotazo.

Ella se puso en pie con rapidez y se colocó al otro lado de la mesa para quedar fuera de su alcance. Le temblaban mucho las manos y las ocultó en los bolsillos del pantalón. No quería darle la satisfacción de que se diera cuenta de lo asustada que estaba.

—Deja en paz a la chica —ordenó el jefe.

—¿Por qué he de hacerlo? He sido yo el que los ha conducido hasta ella. Si no fuera por mí, pandilla de estúpidos, nunca la habrían encontrado.

Al escuchar sus ofensivas palabras, el corpulento cabecilla se puso rojo de ira y de entre su ropa sacó un cuchillo de grandes proporciones con el que amenazó a Toneri.

—Un insulto más y te juro que te rebano el cuello —advirtió en un tono engañosamente suave; era obvio que no bromeaba—Cierto que la hemos localizado gracias a ti, pero ya no te necesitamos. No me haces falta. Dudo que mi jefe monte un escándalo si te corto la yugular y dejo que te desangres en este lugar. En cambio, sé que quiere a la chica sana y salva. Recuérdalo —terminó retándole con una mirada maligna, antes de darse la vuelta y sentarse en un viejo sillón unos metros más allá.

Toneri se vio obligado a dejarla tranquila. Entonces, uno de los otros secuestradores que había permanecido atento a la pelea sin intervenir se levantó y le sirvió otro plato de comida. Toneri se sentó frente a ella sin dejar de lanzarle miradas venenosas que prometían venganza, y Hinata perdió el apetito de golpe. Se le hizo un nudo en el estómago que le impidió tragar un bocado más, así que se levantó, volvió al cuarto del fondo y cerró. Sentada en el borde del camastro, oyó que alguien daba un par de vueltas a la llave.

Sin ni siquiera quitarse las botas, se tumbó en la cama, se cubrió con el edredón e intentó dormir.

───── {.⋅ ᴇʟ ᴘʀᴏᴛᴇᴄᴛᴏʀ ⋅.} ────

El cansancio y los nervios debieron vencerla en un momento dado pues, de repente, abrió los ojos sobresaltada, sin saber qué hora era. Reconoció el ruido que la había despertado; era el de la llave girando en la cerradura. La puerta se abrió con lentitud, y Toneri se coló en su habitación y la apuntó con una pistola mientras, con el dedo índice apoyado sobre los labios, le indicaba que guardara silencio. Pulsó el interruptor que encendía la bombilla desnuda colocada sobre la cama y, sin dejar de encañonarla con el arma, se sentó en un lado del catre.

Hinata se incorporó al instante y se quedó apoyada contra la pared con las piernas encogidas, en un intento de apartarse de él lo más posible.

—Como se te ocurra alejarte un centímetro más de mí, te golpearé con fuerza.

Sabía que era muy capaz de cumplir su amenaza, así que Hinata se quedó inmóvil sin despegar los ojos de él, muerta de miedo. Él se acercó todavía más y, con lentitud, empezó a recorrer sus rasgos con el cañón de la pistola: la frente, el pómulo, la nariz... Hinata notó la frialdad del acero cuando la posó sobre su boca, obligándola a entreabrir los labios. El terror aceleraba los latidos de su corazón, que retumbaban en sus oídos a un volumen insoportable.

—Quítate el jersey.

Hinata obedeció sin rechistar y esperó temblando, cubierta tan solo con la fina camisa de algodón que llevaba puesta.

Toneri introdujo el cañón del arma entre los botones, y lo hizo descansar sobre su pecho derecho. Incapaz de soportar la tensión un minuto más, Hinata abrió la boca dispuesta chillar, pero él fue más rápido y se la tapó con una mano que parecía una tenaza de hierro, ahogando su grito. Sin soltarla, su agresor dejó el arma debajo del camastro y se arrojó sobre Hinata. Metió la mano que tenía libre por debajo de la tela de la blusa y estrujó uno de sus senos, lo que le produjo un dolor y un asco tal que estuvo a punto de vomitar. Hinata se debatió con todas sus fuerzas, retorciéndose bajo su cuerpo como una anguila hasta que, en un momento dado, consiguió descargar un rodillazo en su entrepierna.

—¡Maldita, puta! —masculló Toneri.

Rabioso, echó el brazo hacia atrás y estrelló el puño contra su rostro.

El dolor fue tan brutal que estuvo a punto de perder el conocimiento. Aturdida, notó que los dedos masculinos toqueteaban con torpeza los botones de sus vaqueros, tratando de soltarlos.

En ese momento, Hinata comprendió que Toneri lograría su propósito. La iba a violar y ella no podría hacer nada por impedirlo. Lágrimas de puro terror se deslizaron incontenibles por sus mejillas.

—No, no, suéltame —sollozó.

De repente, sintió que algo o alguien la liberaba del peso de su atacante.

A la débil luz de la bombilla, distinguió una alta figura masculina, completamente vestida de negro, que golpeaba a Toneri sin piedad. Los ojos de su salvador lanzaban dardos de plata mientras sus puños chocaban, una y otra vez, contra el rostro y el estómago del hombre que había estado a punto de forzarla hacía escasos segundos, hasta que este cayó al suelo, inconsciente.

—Kakashi—susurró Hinata incrédula, convencida de que estaba soñando.

Al oír su voz, Kakashi se detuvo en seco y se volvió hacia ella. Sus ojos examinaron las mejillas empapadas, la camisa desgarrada y la sangre que manaba de un corte en el labio, y tuvo que echar mano de todo su autocontrol, para contener el deseo de patear hasta matarlo al bastardo que yacía a sus pies. Con un juramento, se sentó a su lado y la estrechó entre sus brazos, tan fuerte, que le corto la respiración.

Hinata apoyó la cabeza en su pecho y lloró como si tuviera el alma rota. En un momento dado, le pareció que los labios masculinos se posaban sobre su pelo con ternura.

—Tranquila, amor mío, ya pasó...

Sus palabras parecían llegarle desde muy lejos y cuando, mucho más tarde, volvió a pensar en ellas se dijo que las había imaginado. Kakashi dejó que se desahogara durante varios minutos sin dejar de acariciarle la nuca. En cuanto notó que los sollozos empezaban a parar, sugirió:

—Deberíamos irnos de aquí. La policía está a punto de llegar y quiero que descanses un poco antes de que te interroguen.

La apartó con suavidad y le abrochó los botones de la cazadora con tanta ternura que Hinata no pudo evitar que nuevas lágrimas brotaran de sus ojos. Después la ayudó a ponerse en pie pero, al percatarse de que las piernas no eran capaces de sostenerla, la cogió en brazos sin aparente esfuerzo.

—Será mejor que cierres los ojos y no los abras hasta que salgamos de aquí; el espectáculo no resultará muy agradable.

Hinata le hizo caso pero sin querer, al cruzar la nave, vio los cuerpos de dos de los secuestradores tendidos en el suelo, sobre un charco de sangre.

—¿Están muertos? —preguntó con voz temblorosa.

—Creo que no —contestó con frialdad, como si el tema no le preocupara lo más mínimo.

Al salir de la nave, Hinata descubrió al último de los secuestradores. Estaba tumbado boca abajo sobre el terreno embarrado, inmovilizado de pies y manos con unas esposas de plástico. Un trozo de cinta de embalar le cubría la boca.

Kakashi la depositó con suavidad en el asiento del pasajero de su coche y le ató el cinturón. Poco después, conducían de regreso a la casa.

—¿Qué te ocurrirá a ti? —preguntó Hinata después de rodar unos minutos en silencio. En ese momento, esa cuestión era la que más le preocupaba—. ¿Te meterán en la cárcel por dejar malheridos a esos hombres?

—Verás, Hinata, mi trabajo es... un poco especial. Además de trabajar para tu padre, soy una especie de agente del gobierno.

Ella lo miró boquiabierta.

—¡Como James Bond! ¿Tienes licencia para matar?

—Bueno, algo similar —contestó Kakashi, divertido—. Ya te contaré los detalles más adelante. Ahora es mejor que no hables mucho; has pasado por una experiencia terrible y lo mejor será que procures descansar un poco.

—Pero, Kakashi, quiero saber cómo me encontraste, qué te hizo sospechar, qué ha pasado ahí dentro exactamente... Por cierto —se acordó de repente—, ¿cómo está Naruto?

—Tu amigo tiene la nariz rota, pero se recuperará. Fue una suerte que no se molestaran en ocultarlo a él o a su coche. No debió pasar ni una hora desde que te secuestraron, hasta que lo encontré.

Por un instante, apartó los ojos de la carretera y se volvió a mirarla.

—Demostraste ser muy inteligente al ocultar tu móvil; si no lo hubieras hecho, no habría podido localizarte con tanta rapidez.

Aquella inesperada alabanza le produjo una enorme satisfacción, pero trató de quitarle importancia.

—Fue un acto instintivo, todavía no sé ni cómo se me ocurrió.

—Eres una chica valiente y decidida, estoy orgulloso de ti .

Kakashi posó la mano sobre su muslo en un gesto de aprobación. Su calor atravesó la tela del pantalón y, aunque no dolía, Hinata sintió una quemadura en la piel.

—Muchas, gracias, es muy agradable recibir por fin un poco de reconocimiento de tu parte —bromeó en un intento de disimular hasta qué punto le turbaba su contacto.

Sin embargo, recobró la seriedad casi al instante y se quedó callada. Después de unos segundos dijo en voz baja:

—Cuando me di cuenta de que Toneri estaba detrás de todo esto, no podía creerlo. ¿Cómo pude equivocarme tanto con él? —se preguntó, sin poder evitar que su voz temblara un poco.

—No te martirices, Hinata, todos cometemos equivocaciones. Es difícil sospechar que un joven de buena familia, que en apariencia tiene todo lo que necesita y más, ande en tratos con una pandilla de mafiosos. Ni siquiera tu padre sospechaba de él y yo mismo, aunque sabía que no era de fiar, en ningún momento imaginé que fuera tan peligroso.

Es más, todavía no se había perdonado a sí mismo no haber trasladado a Hinata a un lugar seguro en cuanto se dio cuenta de que su escondite había sido descubierto. El deseo de retenerla un poco más de tiempo a su lado le había hecho perder de vista el peligro de la amenaza a la que se enfrentaban.

Por su culpa, por su falta de profesionalidad, Hinata había estado a punto de ser violada por un criminal. A pesar de los esfuerzos que hacía la joven por hablar con calma, no le había pasado desapercibido el temblor de sus manos. Por su culpa, se reprochó, la mujer a la que amaba quizá había quedado marcada para siempre.

A Hinata no se le escapo ver la expresión de molestia en su rostro y lo interpretó mal. Pensó que Kakashi estaba enfadado con ella, que la consideraba una niña estúpida por la que había tenido que arriesgar su vida.

Sin poder evitarlo, sus labios comenzaron a temblar también. No quería que él se diera cuenta de que estaba a punto de llorar, así que apoyó la cabeza en el respaldo del asiento, cerró los ojos y deseó que su vida pudiera rebobinarse. Quería volver a ser esa chica tranquila y sin complicaciones, a la que lo único que le preocupaba era estudiar. De pronto, tenía la sensación de haber envejecido veinte años en un solo día.

Kakashi la escuchó suspirar y pensó que deseaba descansar un poco. En silencio condujo con rapidez y, tres horas más tarde, detuvo el vehículo frente a la puerta de la casita.

—Hinata, hemos llegado. ¿Has dormido un poco?

Ella negó con la cabeza.

—No, solo pensaba.

Entonces abrió los ojos y miró a su alrededor. Le pareció increíble estar de vuelta en la encantadora casita, como si ese día de terrible tensión y miedo paralizador no hubiera ocurrido jamás. Kakashi abrió la puerta de su lado y la ayudó a salir.

—¿Quieres que te prepare algo de comer?

Hinata volvió a negar con la cabeza; lo último que le apetecía en ese momento era pensar en comer.

—Puedes llamar a tu padre

—¿Sabe algo de...?

—No, preferí no contarle nada, hasta tener... más claras las cosas.

—Creo que no tengo la energía necesaria para explicarle lo sucedido.

—Si quieres, lo llamo yo.

—Si no te importa, prefiero que no lo hagas todavía. En cuanto sepa lo que ha ocurrido, mi padre cogerá el primer avión y se presentará aquí para llevarme a casa. Necesito tiempo para asimilar los acontecimientos.

Kakashi se fijó en la forma en que retorcía las manos al hablar y comprendió que estaba agotada y confusa.

—Tranquila, Hinata, no tienes que decidir nada ahora mismo. Lo mejor es que descanses.

—Creo que me prepararé un baño caliente.

—Buena idea, hará que te relajes. Te ayudaré.

—De verdad, no es necesario.

Sin hacerle caso, como de costumbre, Kakashi subió con ella hasta su dormitorio, abrió los grifos de la bañera y reguló la temperatura. Colocó una toalla limpia y esponjosa a su alcance y echó un puñado de sales de baño en el agua, que se disolvieron al instante despidiendo un agradable olor a flores.

—¿Necesitas algo más? ¿Quieres que te suba una bebida: agua fría, una copa de vino, un té...?

—No, gracias, Kakashi, ya has sido demasiado amable.

—Si necesitas algo, pega un grito. —Kakashi salió y la dejó sola.

Hinata se desnudó con rapidez, se recogió el pelo en un moño alto y se metió en el baño; la temperatura del agua era perfecta. Con un suspiro de placer, se tumbó y apoyó la cabeza en el borde, cerró los ojos y, casi al instante, notó que los músculos perdían algo de su rigidez y empezaban a aflojarse poco a poco.

Se quedó en la bañera casi media hora, sin pensar en nada, hasta que unos golpes en la puerta la hicieron volver a la realidad y se dio cuenta de que el agua comenzaba a enfriarse.

—Hinata ¿te encuentras bien?

—Por supuesto. Enseguida salgo.

Quitó el tapón y salió de la bañera, se secó con rapidez y salió del baño envuelta en la toalla.

—¡Oh! —Fue lo único que se le ocurrió decir al ver a Kakashi sentado en el borde de su cama.


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