viernes, 10 de julio de 2020

EP | KAKAHINA 08

Disclaimer: Los personajes del siguiente texto son propiedad de Masashi Kishimoto. Este es un fanfiction sin motivo de lucro ni adjudicación de personajes.

 Este es un fanfiction sin motivo de lucro ni adjudicación de personajes        

───── {.⋅ ᴇʟ ᴘʀᴏᴛᴇᴄᴛᴏʀ ⋅.} ────

Hinata se despertó muy tarde al día siguiente. Al bajar al salón, encontró una nota de Kakashi, en la que le comunicaba que había tenido que salir a hacer unas cosas y que ya hablarían a su regreso. Con un encogimiento de hombros, dejó la nota a un lado y se puso a prepararse un buen desayuno; trasnochar le daba hambre. Después de comer hasta la última miga de pan tostado, decidió salir a dar un paseo. Miró por la ventana; a pesar de que no llovía, el cielo era como una inmensa laja de pizarra, pesado y gris, así que se abrigó bien y le dejó otra nota a su anfitrión, indicándole que daría un paseo a lo largo del río.

—¡Vamos, Pakkun!

El perro se meneó, encantado, y la siguió al exterior con un alegre ladrido. En efecto, el día era triste y soplaba un viento frío que le clavaba pequeñas agujas heladas en el rostro. A Hinata no le importó, el clima estaba en sintonía con su estado de ánimo.

Echó a andar con las manos en los bolsillos. El ejercicio parecía aliviar su confusión mental, así que caminó a buen ritmo durante mucho tiempo, sin apenas fijarse en el espeso bosque que la rodeaba.
No paraba de dar vueltas a los acontecimientos de la noche anterior. Comprendía que había sido ella misma la que se había puesto en la situación en la que ahora se encontraba. Por su propia estupidez, se vería obligada a abandonar la encantadora casa que durante varios meses había sido su refugio y, lo que era peor, tendría que alejarse de Kakashi.

Al pensar en ello, un dolor casi físico le atravesó el pecho. Habían sido necesarios los desagradables incidentes de la noche para que ella, por primera vez, se enfrentase cara a cara con sus sentimientos y reconociera al fin la verdad: estaba locamente enamorada de Kakashi. Puede que ese sentimiento fuera una emoción pasajera o, tal vez, algo que perduraría eterno en el tiempo, no lo sabía; lo único que tenía claro era que nunca había sentido ese deseo desbocado de estar con una persona, de besarlo y que la besara, de fundirse con él. Cada vez que lo veía, tenía que hacer esfuerzos sobrehumanos para no lanzarse en sus brazos y pedirle que la abrazara fuerte, fuerte.

Pero estaba claro que Kakashi solo la veía como una niña malcriada, que no le daba más que problemas. Cierto que a veces tenía la sensación de que la deseaba tanto como ella a él, pero no se hacia ilusiones; eso no quería decir nada, para Kakashi tan solo era una misión más que debía llevar a cabo.

Siguió caminando hasta que le pareció que los músculos y tendones de sus piernas estaban a punto de romperse. Una roca colosal al borde del río, como un mirador estratégicamente colocado por la naturaleza, invitaba a sentarse. La piedra estaba helada. No podría detenerse ahí mucho tiempo, se estaba haciendo tarde y el frío comenzaba a traspasar sus ropas. Contempló el agua transparente. Pakkun saltaba feliz entre las rocas, sin dejar de salpicar gotas de agua en todas las las direcciones. En un momento dado descubrió un salmón que nadaba a contracorriente y decidió pescarlo.

Hinata no se preocupó; los perros en general son buenos nadadores. Estuvo un rato observando sus jugueteos, divertida, hasta que el perro comenzó a aullar al borde del pánico. Hinata se incorporó, sobresaltada, y se dio cuenta de que algo le impedía salir. La cabeza del animal desaparecía de vez en cuando bajo las aguas y comprendió que el collar debía de haberse enganchado en algún sitio.

No le quedaba más remedio que meterse en el río para liberarlo.

—¡oh no! —masculló, en cuanto introdujo un pie en el cauce helado.

El peligro de ahogamiento era inexistente, pues el agua, aunque la corriente era fuerte, no le cubría más arriba del muslo. Sin embargo, resultaba difícil caminar sobre las escurridizas piedras que formaban el lecho del río. Más de una vez estuvo a punto de torcerse el tobillo y, justo antes de llegar al lugar donde Pakkun se debatía, cada vez más asustado, resbaló y se hundió hasta el cuello.

—¡Pakkun! —gritó. Llegó al lado del perro y desenredó su collar de la rama que lo tenía atrapado. Le costó un rato; tenía los dedos casi congelados. Finalmente, ambos consiguieron alcanzar la orilla.

Por un momento, deseó ser un perro y poder sacudirse la humedad como hacía Pakkun. La ropa chorreante se le pegaba al cuerpo y, a cada paso que daba, el agua que le había entrado en las botas hacía un ruido peculiar. ¡Dios!, se estaba congelando.

—¡Hinata!

La voz de Kakashi pareció surgir de la nada.

—¡Kakashi!

Un profundo alivio la embargó al verlo acercarse con esas largas zancadas tan características.

—¿Se puede saber qué diablos estás haciendo? —preguntó exasperado.

—Pues, ya ves, dándome un bañito, que es lo que apetece en un día como este —respondió, sarcástica, sin poder evitar que los dientes le castañetearan.

Al ver que los labios femeninos empezaban a volverse de un tono azulado, Kakashi contuvo su enfado. Miró a su alrededor, las nubes se tornaban cada vez más oscuras y amenazadoras.

—No puedes volver andando así de mojada hasta la casa, cogerás una pulmonía. Pronto se hará de noche y el viento será mas fuerte. Cerca de aquí hay un pequeño refugio de cazadores, será mejor que pasemos allí la noche.

A Hinata, el plan le pareció perfecto. No sabía si sería capaz de llegar muy lejos con los violentos temblores que empezaban a sacudir su cuerpo.

Kakashi la tomó de la mano y la obligó a ponerse en marcha.

—Vamos, no queda lejos.

En efecto, apenas un kilómetro más adelante, Hinata distinguió la silueta de lo que parecía una pequeña cabaña de paredes de piedra y techo de madera y, una vez más, la embargó un profundo alivio. La puerta no estaba cerrada con llave y, al entrar, un leve olor a humedad y a cerrado los recibió.

—Al parecer hace tiempo que no viene nadie por aquí —comentó Kakashi quien, sin perder ni un minuto, se dispuso a encender el fuego. Por fortuna, había una buena provisión de troncos cortados y secos y, en seguida, unas alegres llamaradas comenzaron a chisporrotear en la chimenea.

Hinata, corrió hacia la acogedora lumbre.

—Tienes que deshacerte de esa ropa empapada cuanto antes —ordenó Kakashi, al tiempo que se quitaba la cazadora; luego se sacó por la cabeza el grueso jersey de lana azul marino que llevaba y, cubierto tan solo por una camiseta negra, se lo tendió.

Hinata alargó las manos para cogerlo, pero estaban rígidas por el frío, y el jersey resbaló entre sus dedos y cayó al suelo. Kakashi se agachó para cogerlo y se acercó a ella.

—Te ayudaré.

—No, no hace fal...

—No seas tonta, no es la primera vez que veo una mujer desnuda —la interrumpió con sequedad.

Sin prestar atención a sus protestas, él empezó a desabrochar la cremallera de su cazadora, luego le quitó el suéter empapado y la blusa que llevaba debajo. Hinata se ruborizó hasta las orejas, pero no dijo nada. Kakashi le pasó el jersey por la cabeza, se lo bajó un poco y procedió a soltar el broche del sujetador antes de quitárselo. Aquel gesto tan íntimo le provocó a Hinata un nuevo escalofrío que, por fortuna, pasó desapercibido entre todos los demás. Después, la ayudó a meter los brazos dentro de las mangas, siguió con la hebilla del cinturón y le desabrochó los botones del pantalón.

Hinata pensó que moriría de mortificación, pero lo hacía todo con tanta naturalidad, que acabó por tranquilizarse.

A continuación, Kakashi estiró bien el inmenso jersey, que le llegaba por encima de las rodillas, introdujo las manos por debajo y terminó de quitarle los pantalones y las bragas. Por último, le sacó los calcetines empapados.

—Toma. —Le tendió una de las mantas que encontró en un pequeño armario que olía a humedad—. Sécate con esto.

Con dedos torpes, Hinata empezó a secarse las piernas, obediente.

Kakashi no se quedó ocioso. Cogió una olla de hierro abollada y un par de cuencos que encontró en un estante, se puso la cazadora y salió afuera. Se agachó en la orilla del río y procedió a lavar los cacharros con un puñado de arena mojada. Después, los aclaró, llenó la olla de agua, volvió a la cabaña y la colgó de un gancho que había sobre el fuego, para que hirviera.

—He encontrado un par de sobres de sopa instantánea, es lo único que hay de comer —anunció.

Hinata no contestó. Acurrucada junto al fuego, se limitó a observar cómo lo organizaba todo con esa precisión y competencia que le caracterizaba. Desde luego, cualquier mujer se sentiría segura y protegida al lado de un hombre como ese, pensó.

No quería ni pensar qué habría sido de ella si Kakashi no hubiera aparecido de repente.

Su oportuno ángel de la guarda echó otro tronco en la chimenea y, cuando el agua empezó a hervir, vació los sobres en la olla y removió el contenido con un palo. Luego cogió la manta con la que ella se había secado, se arrodilló a su espalda y comenzó a quitarle la humedad del cabello con enérgicos restregones hasta que, entre el calor del fuego y el vigoroso masaje, Hinata comenzó a reaccionar.

—Muchas gracias –murmuró, cuando Kakashi hizo a un lado la manta húmeda.

Pero él todavía no había acabado. De nuevo se puso en pie y fue extendiendo lo mejor que pudo las prendas mojadas por todas las superficies de la cabaña para que fueran secándose. Cuando terminó, sujetó el asa de hierro con un pedazo de manta, llenó los cuencos de sopa y le ofreció uno.

En cuanto se enfrió un poco, Hinata se llevó el suyo a los labios, dio un sorbo y pensó que era el manjar más exquisito que había probado en su vida.

Kakashi, con su cuenco entre las manos, se sentó al otro lado del fuego con las piernas cruzadas y observó divertido la expresión de deleite en el rostro femenino mientras daba pequeños sorbos. En cuanto terminó, Hinata le tendió de nuevo el cuenco para que se lo rellenara. Por fin, satisfecha, se quedó contemplando las llamas.

Era curioso, pensó Kakashi, cómo, en cualquier circunstancia, su joven protegida se las arreglaba para estar preciosa. El cuello alto del jersey enmarcaba su rostro como si fuera un ángel; su cabello suelto, cuyas puntas comenzaban a secarse. Las mangas le quedaban tan largas que había tenido que enrollar los puños varias veces. En esa postura, con los brazos rodeando los piernas desnudas de un delicioso tono lechoso y la barbilla apoyada sobre las rodillas, parecía una niña con el jersey de papá. Sin embargo, la forma en que le hervía el cuerpo mientras la observaba no tenía nada de paternal. Solo de pensar en pasar la noche a solas con ella en ese pequeño refugio, lejos de todo, le aceleraba el pulso. Al instante, movió la cabeza, enojado consigo mismo. Esos pensamientos tenían que terminar; la chica estaba bajo su responsabilidad y no iba a permitirse olvidarlo.

Hinata que, en apariencia, seguía ensimismada en la danza de las llamas lo miró por el rabillo del ojo y lanzó un leve suspiro. Le habría encantado adivinar qué era lo que se le pasaba por la cabeza a ese hombre impenetrable, que parecía tan relajado como de costumbre. Ella, en cambio, era muy consciente de su presencia. Tenerlo ahí, al alcance de la mano, con esa sencilla camiseta negra que resaltaba los músculos de sus brazos y la anchura de sus hombros mientras los caprichosos destellos de las llamas arrancaban destellos plateados de su pelo, la hacía sentirse como una adolescente impresionable derritiéndose por su ídolo. De pronto, cayó en la cuenta de que dentro de poco no le quedaría más remedio que alejarse para siempre de su lado. Era un pensamiento tan deprimente que, en ese mismo instante, decidió que, al menos, disfrutaría al máximo del momento presente.

—La sopa estaba deliciosa —comentó con una sonrisa tensa.

—Las comidas de sobre, lata o envase no tienen secretos para mí. Ya sabes que son mi especialidad —bromeó Kakashi, como si hubiera captado su estado de animo y tratara de relajar el ambiente.

—Sí, ya lo sé. —Hinata apretó un poco más los brazos alrededor de sus piernas.—De nuevo te doy las gracias. Si no hubieras aparecido tan a tiempo, creo que me habría congelado.

—Al llegar a casa vi tu nota y me preocupé. Tu paradero ya no es un secreto y eso me hizo temer por ti, así que decidí salir a buscarte.

—Y llegaste justo a tiempo, como el héroe de un libro.

—Cuando me meto en un papel, trato de hacerlo lo mejor posible —Se encogió de hombros con fingida modestia.

Hinata sonrió, encantada al comprobar que se le había pasado el enfado.

—Pakkun se quedó enganchado en una rama cuando intentaba pescar un salmón —el perro, que estaba tendido cerca del fuego, alzó las orejas al oír su nombre—. No me quedó más remedio que ir a liberarlo.

—Perdón que te haya gritado, me doy cuenta de que no tuviste la culpa.

—Por supuesto que te perdono, no puedes imaginar el alivio que sentí al verte.

Kakashi desvió la vista y la dirigió a las llamas.

—Hinata—comenzó vacilante—tenemos que hablar del futuro.

—Lo sé —admitió ella en voz baja, a pesar de que era lo último de lo que deseaba hablar en esos momentos.

—Ya no es seguro que te quedes aquí.

—Pero ¿qué importancia puede tener que Toneri me haya encontrado? ¿A quién se lo va a contar?

—Eso no importa. Alguien te ha encontrado y debes desaparecer una vez más. —Kakashi había recuperado su expresión impasible.

—¿A dónde iré? ¡No puedo estar toda la vida escondiéndome! —dijo, indignada.

Él no movió un músculo ante su estallido de furia. Esa frialdad, su evidente falta de interés por retenerla, hizo que por unos momentos Hinata lo odiara.

—Pensándolo bien, quizá es mejor que cambie de aires —dijo escondiendo su molestia.

—Me alegro de que te lo tomes tan bien. Esta mañana he hecho unas gestiones y te he encontrado un nuevo refugio. Pasado mañana volverás a Konoha. Y de ahí te iras a Suna donde será tu nuevo escondite.

—¡Qué eficiencia! —comentó—. ¿Y tú?

—Yo me quedaré por aquí, borrando las... huellas que sean necesarias.

Hinata no quiso preguntar a qué se refería exactamente.

—Quiero despedirme de la gente.

—Mañana dispondrás de todo el día para hacerlo, no tienes mucho equipaje del que ocuparte.

—Que bien. —El tono desabrido de la joven indicaba lo contrario.

—Hinata, no me irás a confesar ahora que me vas a echar de menos... —se burló de ella, escondiendo esa odiosa sonrisa enloquecedora.

Desde luego, eso era lo último que pensaba confesarle, se juró Hinata.

—Por supuesto que no lo haré —pese a que estaba dolida y furiosa, consiguió hablar en un tono indiferente—. Durante el tiempo en el que nos hemos visto obligados a vivir bajo el mismo techo, he descubierto que eres un tipo mandón, sobreprotector, acostumbrado a salirte siempre con la tuya y ni siquiera..., ni siquiera sabes cocinar.

—Tienes toda la razón. Yo, en cambio, reconozco que me has sorprendido bastante. Pensaba que eras una niña mimada, cabeza de chorlito, preocupada solo de vestidos y fiestas y he descubierto que eres divertida, inteligente, encantadora y, sobre todo, que guisas de maravilla. Puedo asegurarte que yo sí que te voy a echar de menos.

Sus palabras y, en especial, la mirada que las acompañó hicieron que Hinata se pusiera como un tomate y no supo qué responder. Ese hombre siempre la hacía quedar como una tonta.

—Ya sabes, siempre puedes seguir mi consejo y casarte. Creo que Karin está deseando que se lo pidas. Hacen una pareja perfecta. —dijo al fin, rabiosa.

Kakashi echó la cabeza hacia atrás y, por primera vez, lo vio reírse con ganas. La irritó hasta el infinito encontrarlo tan insoportablemente atractivo. Exasperada, decidió que ya era hora de acabar con esa conversación.

—Me alegra parecerte tan graciosa —declaró muy digna —pero, si no te importa, estoy cansada y me gustaría dormir un rato.

Kakashi se levantó, sacó todas las mantas que encontró en el armario de madera y las extendió frente a la chimenea, acondicionando una especie de cama.

—Bueno —satisfecho, contempló su obra—, he dormido en sitios peores. Al menos las mantas están secas y limpias.

—¡No pretenderás que nos acostemos ahí los dos!

—Espero que con el frío que hace, no me obligues a dormir lejos del fuego. Mira, cada cual se envolverá en una manta y así tu virtud se mantendrá a salvo.

—No pienso dormir ahí contigo —declaró Hinata.

—Pues elige el rincón de la cabaña en el que prefieras hacerlo.

Kakashi, se enrolló en su manta y se tendió todo lo largo que era frente al fuego.

—Echaré unos leños. Ahora se está bien, pero a medida que avance la noche, la temperatura descenderá más y más.

Hinata lo miró indignada. En cuanto se alejó del fuego comprobó que, como había dicho Kakashi, el ambiente era mucho más frío. Sin decir nada, se cubrió con la manta que quedaba y se tumbó de espaldas al insolente individuo que, seguramente, se estaba riendo de ella, con mucho cuidado de no rozarlo.

Solo de pensar en que Kakashi iba a dormir a escasa distancia de ella, se le aceleraba la respiración. Tras casi una hora de tensión, atenta al más mínimo sonido o movimiento a su espalda, el sueño comenzó apoderarse de ella y, por último, la venció.

En cuanto oyó su respiración regular, Kakashi supo se había quedado dormida y, por fin, consiguió relajarse un poco. Jamás había estado sometido a una tortura semejante. La mujer a la que deseaba más que a nada en el mundo yacía a pocos centímetros de él y no podía hacerla suya.

Un gemido escapó de su garganta, y apretó los dientes en un intento de doblegar sus pasiones. Cuando estuvo seguro de que sería capaz de dominarse, extendió la mano y, con mucho cuidado, enredó los dedos en los sedosos mechones azulados.

Acariciándolos, se quedó dormido.

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