viernes, 10 de julio de 2020

EP | KAKAHINA 05

Disclaimer: Los personajes del siguiente texto son propiedad de Masashi Kishimoto. Este es un fanfiction sin motivo de lucro ni adjudicación de personajes.

Este es un fanfiction sin motivo de lucro ni adjudicación de personajes        

───── {.⋅ ᴇʟ ᴘʀᴏᴛᴇᴄᴛᴏʀ ⋅.} ────

Los siguientes días transcurrieron con un sosiego al que Hinata no estaba acostumbrada. Por las mañanas trabajaba en su tesis hasta la hora de comer mientras Kakashi mataba el tiempo delante de su portátil.

Chiyo, una discreta mujer de unos sesenta años que vivía en el pueblo iba unos días en semana a limpiar la casa y cambiar las sábanas y las toallas. La mayor parte de las veces, Hinata comía con Kakashi. En ocasiones cocinaba ella, y otras era él el encargado de abrir una lata y calentar su contenido en un cazo. Los dos mantenían una especie de tregua armada que podría estallar en cualquier momento.

De vez en cuando, Kakashi le informaba del estado de la policía de Konoha. Hasta el momento no habían logrado dar con la rama mafiosa encargada de hacer el trabajo sucio, pero por la información obtenida de uno de sus confidentes, era casi seguro que los posibles secuestradores se encontraban ya en konoha. Según el agente que llevaba el caso, lo mejor sería que Hinata permaneciera en su escondite una temporada.

Por las tardes, a pesar del frío y de la lluvia, la joven salía a pasear durante horas, acompañada por Pakkun.

Reconocía que ese paisaje verde, salvaje y solitario le fascinaba. En especial, le encantaba acercarse al río, poco profundo y de agua cristalina, donde, de cuando en cuando, veía saltar algún salmón.

A veces Kakashi decidía acompañarlos y le mostraba rincones escondidos desde los que la vista resultaba espectacular. A Hinata le encantaban esas excursiones, a pesar de que el ritmo de la marcha solía ser agotador.

Estaba claro que si Kakashi Hatake estaba en una magnífica forma física era por algo. La naturaleza no tenía secretos para él; le mostraba a los animales en su hábitat, criaturas que ella no habría sido capaz de descubrir por sí misma aunque hubieran estado debajo de su nariz. La llevó a pescar un par de veces, aventuras que, invariablemente, acabaron con Hinata calada hasta los huesos, retorciéndose de risa, mientras él la miraba divertido, con un esbozo de su atractiva sonrisa en los labios.

Una mañana, tras haber caminado durante lo que le pareció toda una existencia, Hinata empezó a dudar:

—¿A donde vamos? Esto es lo más lejos que hemos caminado.

—Quiero enseñarte un sitio especial.

—Ya no aguantó mis pies.

—No seas protestona, ya estamos llegando.

El camino se hacía cada vez más empinado; las largas piernas de Kakashi devoraban incansables kilómetros de abrupto terreno y Hinata, cada vez más cansada, empezó a quedarse atrás. Al darse cuenta, él volvió sobre sus pasos y, sin decir una palabra, se la cargó al hombro como un fardo.

—¡Suéltame! ¡Bájame ahora mismo! —se indignó ella sin dejar de patalear.

—¡Quieta! —ordenó Kakashi, dándole una fuerte palmada en el trasero.

Por un segundo, Hinata se quedó tan atónita, que no fue capaz de pronunciar una palabra, pero enseguida reaccionó.

—¡He dicho que me bajes ahora mismo!

—Solo quiero llegar antes de que anochezca...

Unos metros más allá, la depositó en el suelo con delicadeza. —Ya hemos llegado.

Dejando a un lado su dignidad, Hinata se frotó la parte dolorida. Miró a su alrededor y el panorama le cortó el aliento.

—¡Dios mío, Kakashi, es maravilloso! —exclamó, olvidando que estaba enfadada con él.

A los pies de la colina que acababan de ascender, se extendía un paisaje espectacular de bosques impenetrables y verdes pastos, cubiertos de una ligera neblina y atravesados por el río. Más al fondo, destacaban dos enormes montañas peladas. En ese momento, el sol decidió asomar un instante entre las nubes y lo bañó todo con un resplandor dorado que, una vez más, la dejó sin respiración.

—¿Qué opinas? ¿Valió la pena?

—Oh, sí —susurró Hinata, como si hablar en un tono de voz normal fuera a romper el hechizo del lugar.

—Sentémonos allí —sugirió Kakashi, señalando una enorme roca asomada al precipicio.

Se sentaron sin hacer caso de la humedad de la piedra, y durante un buen rato permanecieron en silencio admirando la vista.

—Kakashi ...

—Dime, Hinata.

—Quiero que me cuentes algo de ti, de tu vida.

—¿De mi vida?

—Sí. No es justo. Tú lo sabes todo sobre mí y yo ni siquiera sé a qué te dedicas, aunque lo sospecho...—Alzo ambas cejas de un modo muy expresivo.

Kakashi sonrió.

—¿Ah, sí? Y dime, ¿cuáles son tus sospechas?

—Creo que eres un mercenario.

—Un mercenario, ¿eh? Me gusta la idea, tiene un cierto halo de misterio, incluso suena romántico ¿no te parece?

—En absoluto, pero eso no es lo que quiero saber.

—Y ¿qué es, pues, lo que la dama curiosa desea conocer?

—Quiero saber cómo eras de niño, quiénes fueron tus padres, en fin, ese tipo de cosas.

Kakashi recuperó la seriedad y se quedó mirando el horizonte, pensativo.

—Mi infancia...

—Correcto.

—En realidad no hay mucho que contar. Mis padres murieron en un accidente de coche cuando yo tenía siete años.

—Oh, lo siento. —Apenada, Hinata apoyó la mano sobre el dorso de la de Kakashi, que descansaba sobre su rodilla.

—No sientas lástima por mí. Ocurrió hace muchos años, y tuve la suerte de que mi abuelo me acogiera en su casa; era mi único pariente vivo. Siempre le agradecí que no me dejara en manos de los servicios sociales.

—Eso hubiera sido muy cruel.

—Bueno, nadie hubiera podido echárselo en cara. El pobre hombre era viudo, y su único capital era la pensión del ejército que recibía todos los meses. Apenas había vuelto a ver un par de veces a su hija, mi madre, desde que esta se casó. Para una persona de casi setenta y cinco años, hacerse cargo de un niño de siete, no es una tarea fácil. Pero su vida se sustentaba sobre dos sólidos pilares: la patria y el honor, y abandonar a su nieto hubiera sido un acto poco honorable. Crecí en un barrio humilde de Konoha, sin lujos, pero tampoco pasé necesidades. Años más tarde, en ese momento crítico de la adolescencia en el que el riesgo de inclinarte hacia el lado oscuro es elevado, tuve la suerte de conocer a un hombre que significó mucho en mi vida.

Kakashi parecía recordar aquellos tiempos con cariño, a pesar de que, aunque no lo hubiera dicho, a Hinata no le costó leer entre líneas la falta de calor familiar y ternura que había dominado ese período de su vida. Su mano permanecía sobre la mano masculina, y Kakashi la atrapó con la otra y la acarició con suavidad, como si no fuera consciente de ello.

—Yo, aunque siempre fui un tipo alto, era muy delgado y enclenque y, por lo tanto, presa fácil de esos chicos a los que les gusta dominar a los más débiles. Así que decidí apuntarme al gimnasio del barrio, donde el deporte estrella era el boxeo, y allí conocí a Minato Namikaze. Bajo su guía desarrollé mis músculos y aprendí a defenderme con habilidad. Más adelante, me introdujo en el mundo de las armas, la seguridad y la protección. Durante años trabajé como escolta, luego conocí a tu padre, que, como ya te conté, me apoyó cuando quise volar por mi cuenta y ahora soy el dueño de un pequeño negocio relacionado con la seguridad, del que vivo.

Tras un breve silencio añadió:

—Y esa es la historia de mi vida, ¿la señorita preguntona está satisfecha? —bromeó.

Hinata asintió con la cabeza. Realmente lo estaba. A pesar de que Kakashi no se había extendido en los detalles, sentía que ahora le conocía un poco mejor. Rasgos de su carácter, como el sentido del deber, inculcado por su abuelo, su tenacidad o su fuerza, tenían su explicación en esas circunstancias difíciles que lo forjaron como persona.

Se quedaron un rato más contemplando el paisaje, que parecía extenderse hasta el infinito y, como si se hubieran puesto de acuerdo, ambos se pusieron en pie al mismo tiempo y, despacio, regresaron a la casa.

───── {.⋅ ᴇʟ ᴘʀᴏᴛᴇᴄᴛᴏʀ ⋅.} ────

Casi todas las noches solían cenar en el bar. Naruto, que trabajaba en la zona, se reunía con ellos para comer algo y beberse una cerveza. Lo mismo hacía Karin quien, pese a seguir mirando a Hinata con cierta desconfianza, ya no parecía considerarla una amenaza.

Para Hinata resultaba evidente que Karin estaba loca por Kakashi; sin embargo, era incapaz de descifrar lo que él sentía por ella. Cierto que se mostraba amable y considerado, pero a Hinata no le daba la impresión de que por dentro ardiera de admiración. Por otro lado, ella misma tendría que hacer algo respecto a Naruto. El chico se estaba enamorando de ella y no quería herirlo.

Era una lástima, pero quizá tendría que espaciar las visitas al bar.

Una noche, cuando se disponía a salir, descubrió a Kakashi sentado en el sofá del salón, con las largas piernas encima de la mesa de centro y un bol enorme repleto de palomitas en el regazo. Saltaba a la vista que estaba listo para una sesión intensiva de cine en casa.

—¿No vas a salir?

—Nop. Hoy toca peli.

—¡Peli! —exclamó Hinata como si nunca antes hubiera oído esa palabra. Hacía tanto tiempo que no se quedaba en casa viendo una película que, de repente, le pareció el plan más apetecible del mundo.—¿Qué película vas a ver?

—Estoy dudando entre Soldado universal y Cumbres borrascosas.

—¡Me encantó esa película!

—¿Cuál?, ¿la de Van Damme?

—No, tonto. ¿Compartirás las palomitas si me quedo a verla?

—Bueeeno.

—Espérame, voy a cambiarme.

—¿Para qué?

—Por las noches hay que ver las pelis en pijama y pantuflas, si no, no es lo mismo.

—¿No estarás pensando en seducirme?

—Desafío al hombre que me encuentre seductora con el pijama y la bata que me has comprado.

—Está bien, pero no tardes...

Cinco minutos más tarde, Hinata se acomodaba a su lado en el sillón envuelta en una bata informe de paño grueso por la que asomaba su pijama, que dejaba ver a su vez unos gruesos calcetines de algodón.

—Lista.

La película comenzó. Las únicas luces del salón eran las de las llamas en la chimenea y la del propio televisor. Hinata permanecía con la vista clavada en la pantalla mientras su mano tanteaba, como el bastón de un ciego, para coger las palomitas. De vez en cuando, los dedos de ambos se encontraban en el bol, lo que a Kakashi, aparentemente absorto en la historia, le producía una agradable sacudida. Se alegraba de que ella hubiera decidido quedarse en casa.

Kakashi no podía evitar mirarla de reojo de vez en cuando. A pesar de que no hacía ningún ruido, cada pocos segundos una lágrima brillante se deslizaba con lentitud por la comisura de sus ojos perla y rodaba por su mejilla.

«¡llorona!» pensó divertido.

Cuando terminó la película, Hinata se quedó un buen rato en silencio viendo pasar los títulos de crédito.

—Qué bonita —susurró al fin.

—No has parado de llorar en toda la película.

Se secó las mejillas con un extremo de la bata, enojada.

—¿Tienes que ir siempre de duro? A lo mejor algún día alguien sacude ese corazón de piedra con el que te ha dotado la naturaleza.

—A lo mejor te gustaría intentarlo a ti...

—¿Por qué me iba a gustar?

—Quizá para no tener que reconocer que, por primera vez en tu vida, hay alguien al que no puedes manejar a tu antojo.

Hinata alzó la cabeza, alerta.

—¿Me estás diciendo que no seré capaz de encontrar la manera de producir en ti una ligera impresión? —Lo miró con ojos chispeantes.

De un solo movimiento le quitó el bol de las manos, lo dejó sobre la mesa y se acomodó a horcajadas en su regazo. Kakashi se quedó muy quieto, mirándola con esos ojos que parecían atravesarle el cerebro. Tuvo la sensación de que se reía de ella.

«¡Te vas a enterar!», se prometió.

Enredó los dedos, delgados y elegantes, en el cabello de su nuca, en una suave caricia.

Las yemas de sus dedos continuaron el recorrido por las sienes, las cejas, la nariz estrecha y ligeramente curva, y se detuvieron al fin sobre su máscara, bajándola, dejando a la vista sus labios. Con el dedo pulgar, Hinata separó su labio inferior y comenzó a mordisquearlo. Cerró los ojos; sabía a sal y a mantequilla. Luego introdujo la punta de la lengua en su boca, acariciando la piel por dentro. Notó que su propia respiración se aceleraba; sin embargo no percibió ningún cambio en el hombre al que se esforzaba por conmover. Así que decidió que sería mejor dejar ese juego, antes de fuese ella la que tuviera que avergonzarse.

—Está bien, tú ga...

No le dio tiempo a terminar la frase. Sin saber cómo acabó recostada en el sofá, sintiendo sobre sí el peso del cuerpo firme de Kakashi. Abrió los párpados, asustada, y se encontró con esos ojos, que parecían arder con una llama, demasiado cerca. La boca de Kakashi se abalanzó sobre la suya como un ave de presa y Hinata dejó de pensar. Un calor intenso se extendió por todo su cuerpo hasta llegar al centro de su ser.

Los labios de Kakashi eran duros y suaves a la vez y la arrastraban a un mundo nuevo, sin que ella pudiera resistirse.

No supo durante cuánto tiempo sus labios estuvieron sometidos a ese ataque devastador que la privaba de voluntad, pero en un momento dado, sintió esa boca enloquecedora deslizándose por su mejilla, hasta hundirse en la base de su cuello. El estremecimiento que siguió la hizo arquearse contra él y un suave gemido se escapó de su garganta. Concentrada en el calor abrasador que la envolvía, apenas notó que la mano de Kakashi hacía a un lado la solapa de la bata y empezaba a desabotonar la camisa del pijama.

Mientras tanto, los labios masculinos no le daban tregua; muy despacio, descendieron por la piel de su hombro hasta alcanzar su pecho. Entonces, empezó a trazar círculos con la lengua sobre la punta endurecida de su pezón, desencadenando una serie de descargas eléctricas que la dejaron jadeante.

De pronto, una corriente de aire frío la atravesó y abrió los ojos; el cuerpo de Kakashi se había apartado de ella. Incapaz de moverse, Hinata se lo quedó mirando aturdida, como si acabara de despertar de un sueño profundo. Kakashi extendió la mano y le acomodó la bata en su sitio, tapando el pequeño seno que aún permanecía expuesto.

—Está bien. Lo reconozco. Has logrado sacudir mi viejo corazón de piedra. —Su tono ronco resultó menos firme de lo que pretendía.

Hinata siguió mirándolo, incapaz de entender lo que había ocurrido. Por fin, se incorporó sin quitarle la vista de encima, como temerosa de que pudiera saltar de nuevo sobre ella. Tragó saliva.

—Lo siento —acertó a decir con una voz que no le pareció la suya—. No debí tratar de provocarte. Será mejor que vaya a acostarme.

Se puso en pie y, cerrándose las solapas de la bata hasta el cuello, salió arrastrando los pies.

Kakashi Hatake apoyó la nuca en el respaldo del sofá y cerró los ojos. No debería haber sido tan idiota como para retarla de esa forma estúpida, se dijo enfadado. En el fondo, sabía muy bien que deseaba besarla casi desde que la volvió a ver en la habitación del hotel. Lo de esa noche había empezado como un juego, pero en el instante en que sintió los labios de ella rozando los suyos, se convirtió en algo mucho más serio.

Era la primera vez que perdía el control de esa manera. ¡Por Dios!, había estado a punto de acostarse con una joven, poco más que una niña, a la que habían encomendado a su cuidado. Nervioso, se pasó una mano por el pelo. En cuanto notó su reacción, supo al instante que Hinata no era la mujer experimentada que quería aparentar e, incluso así, había sido incapaz de dejarla en paz hasta que, en un momento dado, sin saber de dónde, sacó la fuerza necesaria para conseguir detenerse.

Esa situación no podía volver repetirse.

En su dormitorio, Hinata miraba al techo sin ver.

Todavía estaba inmersa en el torbellino de sensaciones que habían despertado en ella los expertos besos de Kakashi. Durante toda su vida se había considerado a sí misma una persona fría y sensata a pesar de su aspecto. Había tenido algunos novios, con los que había intercambiado besos y abrazos, sin pasar nunca de ahí, no por ningún reparo moral especial, sino por el simple hecho de que nunca le había tentado ir más allá.

Cuando sus amigas le contaban cómo habían perdido la cabeza por unos o por otros siempre pensaba que exageraban. La sociedad daba tanta importancia al sexo, que parecía que el que no pasaba las veinticuatro horas del día pensando en él era un bicho raro. Sin embargo, ahora comprendía el significado real de la expresión «perder la cabeza». ¡Dios del cielo! si Kakashi no se hubiera detenido, se habría entregado a él esa misma noche, sin poner ningún tipo de obstáculo. Era como si sus besos hubieran anulado su voluntad por completo.

Después de lo ocurrido no deseaba seguir viviendo bajo el mismo techo que Kakashi Hatake. Su padre tendría que buscarle un nuevo escondite, se dijo decidida. Con este pensamiento en mente logró dormirse, aunque sus sueños estuvieron poblados de imágenes turbadoras de Kakashi y ella.

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